Una cabina en Ipurua
Publicado: Sab Nov 10, 2012 11:58 am
http://www.elcorreo.com/vizcaya/ocio/20 ... rques.htmlUna cabina en Ipurua
En el campo del Eibar, un santuario del fútbol en su versión humilde y primordial, se respeta a instituciones como Mateo Gilabert
08.11.12 - 11:23 -
JON AGIRIANO |
Se agradece volver a Ipurua tras una larga ausencia y comprobar que las cosas siguen en su sitio. Me sucedió la semana pasada, con motivo del partido de Copa del Athletic. Llevaba años sin acercarme al campo del Eibar y, aunque la experiencia del partido en sí no pudo ser más indigesta, la visita mereció la pena. Reconozco que regresaba predispuesto a la sintonía sentimental. Tengo que reconocerlo porque sentí hasta una cierta satisfacción comprobando que aparcar en los alrededores de Ipurua los días de partido seguía siendo una aventura equinoccial. Nada es fácil en este lugar, piensa el visitante recién llegado.
Ipurua no necesita, como Anfield, un cartel en el túnel de vestuarios que informe a los jugadores rivales de dónde están. Lo saben perfectamente. Si no lo han aprendido subiendo en el autobús hacia el campo, serpenteando por calles estrechas y umbrías atestadas de coches, lo han hecho al pisar el césped y echar un vistazo a su alrededor: a los mazacotes de viviendas que se alzan por encima del estadio, a los carteles de publicidad de Alfa y Hierros Servando, al césped pelado en la banda de los banquillos, a esas viejas tribunas que tanto han visto... Es cierto que Ipurua ya no es aquel lugar temible donde siempre era febrero y donde asistir al fútbol en aquellas tardes frías y oscuras era una demostración de resistencia para los mayores y una ceremonia de iniciación para los más jóvenes, que allí aprendían que la vida es una larga liga de Tercera División. Ahora Ipurua tiene certificado UEFA y ha perdido una parte de su mítica, pero sigue siendo un santuario del fútbol en su versión humilde y primordial.
Hay cosas que no cambian en Ipurua y volví a comprobarlo cuando subí a la zona de prensa, en la parte superior de la tribuna principal. Las cabinas eran muy estrechas y en cada una de ellas, escrito a bolígrafo en un pegote de papel, figuraba el nombre del medio. Buscando la del ‘El Correo’ me llamó la atención una cabina en la que no se leía el nombre de un periódico o una emisora sino el de una persona: Mateo Gilabert. No hace falta decir que me picó la curiosidad. Alguien muy importante tenía que ser el tal Gilabert, me dije, para merecer una cabina propia en Ipurua. Pregunté por él a un par de colegas de Bilbao, pero no lo conocían. Un cuarto hora antes del inicio del partido, mientras charlaba con Javier Ortiz de Lazcano y Ángel Garitano, se acercó a nosotros un anciano bajito y simpático que llevaba un portafolios. Se le notaba expectante ante la inminencia de un partido grande. Hablaba del Eibar con autoridad y perspectiva. El partido iba a comenzar y el anciano se despidió, sonriente.
–«Agur, Mateo», le dijo ‘Ondarru’
No lo dudé un segundo. ¡Mateo Gilabert! Efectivamente, lo era. Le vi entrar en su cabina, donde Ramón Hernández, mi compañero de Radio Nacional, instalaba sus pertrechos. El partido fue un tormento, de esos en los que, incluso sin quererlo, uno deja volar la imaginación en busca de refugio. Yo me acabé informando sobre Gilabert: 83 años, navarro de Mendigorria, histórico colaborador de Radio Nacional ya jubilado, trabajador de Alfa, fotógrafo aficionado y miembro de la Banda de Música Municipal. Toda una institución en Eibar y en el Eibar, de cuyos partidos sigue realizando, para una posteridad incierta, la estadística más exhaustiva que uno pueda imaginar. Y no sólo eso. Ramón Hernández da fe de que se trata del anfitrión perfecto, todo atenciones y amabilidad con los jóvenes compañeros de emisora a los que recibe en Ipurua. Mateo, en fin, es un clásico que se merece su cabina y, con el tiempo, se merecerá hasta una estatua, como Torrente Ballester en el Novelty.
Por estas cosas me gusta Ipurua. Porque es de otro tiempo. Porque tiene sabor. Porque es auténtico, sin conservantes ni edulcorantes. Porque no tiene palcos vips llenos de lechuguinos a los que el fútbol les importa un carajo. Porque en él, en el sembrado que tantas veces parece ser, ha arraigado toda una ética del esfuerzo, una moral que podríamos bautizar como la de ‘mariconad**, las justas’. Porque se respeta a los viejos que se lo han ganado durante años y, en lugar de pasar de ellos y esconderlos, se les pone una cabina con su nombre.
