FRANKESTEIN: BUENA CRONICA, GRANDES RECUERDOS
Publicado: Vie Abr 08, 2011 7:26 pm
Combate nulo en Eibar
El conjunto aragonés imita a un Eibar monstruoso y saca un punto de su apuesta destructiva
ALFONSO HERNANDEZ (18/11/2002)
Frankenstein, evidentemente, fue el Eibar, un equipo cuya forma de jugar al fútbol se salva de la excomunión porque tiene tan poca cosa que se sobreentiende que lo que intenta, poco y mal, lo hace de buena fe. No deja de ser, sin embargo, una apuesta monstruosa la suya pese a que de por medio se encuentra su supervivencia en la categoría. Se esperaba del conjunto guipuzcoano la acción directa y aérea, y respondió a su leyenda con creces: los esforzados de Blas Ziarreta estuvieron despreciando el balón como medio creativo durante todo el partido, intentando aprovechar las migajas de un rechace o el fallo humano de su enemigo. Pelotazo a pelotazo buscó el acorralamiento psicológico del Real Zaragoza, que no flaqueó ni un segundo porque fue el fiel reflejo de la propuesta del Eibar sobre el espejo de Ipurúa. Paco Flores acudió a la guarida del mal disfrazando a su equipo de engendro destructivo. Así, Frankenstein y su novia bailaron toda la tarde contentos y felices, y comieron perdices con ese reparto de puntos tras un encuentro deplorable.
Si el técnico catalán pretendía no perder en este desplazamiento, su plan ultraconservador se puede considerar un exitazo de taquilla. La clonación táctica, no obstante, se antoja abusiva y antinatura para un Real Zaragoza que debe subrayar su candidatura al ascenso con actuaciones menos ruines. Si va por ese camino, el de supeditar e incluso traicionar su personalidad en función del adversario, no alcanzará nunca la madurez de aspirante a subir. No se le pide a la escuadra aragonesa que maraville en el sótano oscuro y sinuoso que es la Segunda, sino que eluda sacar a la luz sus miedos como ayer en Eibar.
EXENTOS DE CULPA Los jugadores del Real Zaragoza quedan exentos de culpa. Ellos cumplieron a rajatabla con las órdenes de entrenador, que les pidió que se pusieran el mono de trabajo con un sistema de cinco defensas para contrarrestar el ataque frontal y obsesivo de los vascos. El atasco resultó monumental porque la proliferación de obreros dispuestos a ganarse el jornal a base de pico y pala no dejó ni un solo espacio a la pausa, a la mínima expresión futbolística. Tan preocupados por estrangularse en el centro del campo, Eibar y Real Zaragoza borraron las áreas del campo y no tuvieron una ocasión para marcar.
Un partido sin goles es muy duro; un encuentro con dos porteros de espectadores, el colmo del desinterés ofensivo. Flores tenía pánico a que los fornidos guerreros de Ziarreta llevaran el choque a su terreno, así que eligió una zona neutral para la batalla. El anonimato engulló a todo el mundo, dedicado a lanzar la pelota al aire con desdén, cuanto más alta y más lejos, mucho mejor. Hubo momentos en los que el uso de casco debió ser obligatorio para la seguridad del proletariado: el juego se limitó a avanzar metros a base de cabezazos. Si quedaba alguna neurona para pensar, murió asesinada.
Ahora se comprende por qué Paco Flores quería evitar a toda costa que la prensa se enterara de la manipulación que tenía preparada. Tras la muy cuestionable teoría de que al Eibar había que ganarle con sus armas, el técnico fabricó un cacharro con pinta de tanque acorazado. Y lo peor, metió dentro a once jugadores para que lo condujeran en el campo de minas que dicen que es Ipurúa. Ciertamente el Eibar ha hecho de su estadio un infierno para el visitante. Corre y presiona con tal énfasis que se diría que los hombres de Ziarreta cobran por kilometraje, no por victorias o por un juego algo aseado. La persecución es maniática, y no dejan de dar dentelladas para reducir cualquier posibilidad de maniobra del adversario, que puede morir asfixiado por la presión, las faltas, el contacto, la tiranía del músculo sobre el cerebro.
INTENSIDAD FISICA La intensidad del encuentro se redujo a lo físico, a un duelo insufrible por ser el más fuerte. El Real Zaragoza aguantó el chaparrón, pero con un lenguaje que no es el suyo, por lo que los jugadores de Flores pasaron a ser meras marionetas al servicio de una causa que ennoblece más bien poco su descomunal esfuerzo. Una semana más invicto, y ya van siete. Ni un tanto en contra en los tres últimos compromisos. Quinto... El Real Zaragoza no sabrá nunca si pudo ganar en Eibar, en la casa de Frankenstein, porque Flores prefirió bailar con el monstruo que atacarle. Demasiada diplomacia para un punto.
El conjunto aragonés imita a un Eibar monstruoso y saca un punto de su apuesta destructiva
ALFONSO HERNANDEZ (18/11/2002)
Frankenstein, evidentemente, fue el Eibar, un equipo cuya forma de jugar al fútbol se salva de la excomunión porque tiene tan poca cosa que se sobreentiende que lo que intenta, poco y mal, lo hace de buena fe. No deja de ser, sin embargo, una apuesta monstruosa la suya pese a que de por medio se encuentra su supervivencia en la categoría. Se esperaba del conjunto guipuzcoano la acción directa y aérea, y respondió a su leyenda con creces: los esforzados de Blas Ziarreta estuvieron despreciando el balón como medio creativo durante todo el partido, intentando aprovechar las migajas de un rechace o el fallo humano de su enemigo. Pelotazo a pelotazo buscó el acorralamiento psicológico del Real Zaragoza, que no flaqueó ni un segundo porque fue el fiel reflejo de la propuesta del Eibar sobre el espejo de Ipurúa. Paco Flores acudió a la guarida del mal disfrazando a su equipo de engendro destructivo. Así, Frankenstein y su novia bailaron toda la tarde contentos y felices, y comieron perdices con ese reparto de puntos tras un encuentro deplorable.
Si el técnico catalán pretendía no perder en este desplazamiento, su plan ultraconservador se puede considerar un exitazo de taquilla. La clonación táctica, no obstante, se antoja abusiva y antinatura para un Real Zaragoza que debe subrayar su candidatura al ascenso con actuaciones menos ruines. Si va por ese camino, el de supeditar e incluso traicionar su personalidad en función del adversario, no alcanzará nunca la madurez de aspirante a subir. No se le pide a la escuadra aragonesa que maraville en el sótano oscuro y sinuoso que es la Segunda, sino que eluda sacar a la luz sus miedos como ayer en Eibar.
EXENTOS DE CULPA Los jugadores del Real Zaragoza quedan exentos de culpa. Ellos cumplieron a rajatabla con las órdenes de entrenador, que les pidió que se pusieran el mono de trabajo con un sistema de cinco defensas para contrarrestar el ataque frontal y obsesivo de los vascos. El atasco resultó monumental porque la proliferación de obreros dispuestos a ganarse el jornal a base de pico y pala no dejó ni un solo espacio a la pausa, a la mínima expresión futbolística. Tan preocupados por estrangularse en el centro del campo, Eibar y Real Zaragoza borraron las áreas del campo y no tuvieron una ocasión para marcar.
Un partido sin goles es muy duro; un encuentro con dos porteros de espectadores, el colmo del desinterés ofensivo. Flores tenía pánico a que los fornidos guerreros de Ziarreta llevaran el choque a su terreno, así que eligió una zona neutral para la batalla. El anonimato engulló a todo el mundo, dedicado a lanzar la pelota al aire con desdén, cuanto más alta y más lejos, mucho mejor. Hubo momentos en los que el uso de casco debió ser obligatorio para la seguridad del proletariado: el juego se limitó a avanzar metros a base de cabezazos. Si quedaba alguna neurona para pensar, murió asesinada.
Ahora se comprende por qué Paco Flores quería evitar a toda costa que la prensa se enterara de la manipulación que tenía preparada. Tras la muy cuestionable teoría de que al Eibar había que ganarle con sus armas, el técnico fabricó un cacharro con pinta de tanque acorazado. Y lo peor, metió dentro a once jugadores para que lo condujeran en el campo de minas que dicen que es Ipurúa. Ciertamente el Eibar ha hecho de su estadio un infierno para el visitante. Corre y presiona con tal énfasis que se diría que los hombres de Ziarreta cobran por kilometraje, no por victorias o por un juego algo aseado. La persecución es maniática, y no dejan de dar dentelladas para reducir cualquier posibilidad de maniobra del adversario, que puede morir asfixiado por la presión, las faltas, el contacto, la tiranía del músculo sobre el cerebro.
INTENSIDAD FISICA La intensidad del encuentro se redujo a lo físico, a un duelo insufrible por ser el más fuerte. El Real Zaragoza aguantó el chaparrón, pero con un lenguaje que no es el suyo, por lo que los jugadores de Flores pasaron a ser meras marionetas al servicio de una causa que ennoblece más bien poco su descomunal esfuerzo. Una semana más invicto, y ya van siete. Ni un tanto en contra en los tres últimos compromisos. Quinto... El Real Zaragoza no sabrá nunca si pudo ganar en Eibar, en la casa de Frankenstein, porque Flores prefirió bailar con el monstruo que atacarle. Demasiada diplomacia para un punto.